El día estaba preciosamente caluroso, yo vestía un vestido largo y usaba unos aretes gigantes de esos que me encantan. Llegué directo a la barra, pedí un gin y fui a donde estaban mis amigos.
Él y yo teníamos varios conocidos en común, pero por cosas de la vida nunca habíamos coincidido en persona; hasta ese día. Nos presentaron y ambos dijimos «por fin te conozco».
La tarde transcurrió normal, muchos gin, muchas cervezas, más amigos, vimos a varios DJs, conversamos mucho, comimos algunas cosas y finalmente intercambiamos nuestros números telefónicos.
Yo regresé a casa y me recibí su mensaje, preguntando si todo ok y diciéndome que le había encantado conocerme.
Él era «ese» hombre. Ese que era totalmente mi tipo cuando tenía 17 años, bad boy, cabello negro, delgado, sonrisa y nariz bonitas…delicioso. Además me había caído muy bien, habíamos pasado toda la tarde coqueteando y yo me moría por volver a verlo.
Estuvimos hablando toda la semana y quedamos en vernos el siguiente sábado en su casa.
Cuando llegó el día llovía muchísimo y hacía frío. Tuve que usar botas altas y suéter tejido -igual estaba guapísima porque los tacones me dan una especie de superpoder-. Él tenía un jean negro y un suéter gris con entramado medio étnico cool.
La casa estaba calentita, me mostró el lugar: la sala, el estudio, el baño, el cuarto de visitas y el cuarto principal. Todo normal. Me ofreció ron para tomar, en las rocas y con limón.
Me pidió ir al estudio para mostrarme algo de música y en el camino me tomó por la cintura y me besó.
Justo como me gusta, con determinación.
Yo estaba sentada sobre una cajonera desde donde lo veía en la computadora, él a veces se paraba, «me bailaba» y me besaba. Estuvimos horas hablando, escuchando música, riendo, besándonos y tocándonos. Hasta que un beso se extendió un poco más. Nos agitamos, nos empezamos a tocar más rápido y sus manos entraron por debajo de mi ropa.
Yo también me puse en acción, le quité el suéter y lo tuve desnudo frente a mí. Le besé el cuello, el pecho y pude olerlo y sentirlo por primera vez. Ahí estuvimos unos minutos, quitándonos la ropa de arriba y recorriendo nuestros cuerpos.
Pasamos al cuarto que olía delicioso, puso la luz tenue y en la cama seguimos quitándonos la ropa. Todo iba muy bien. Los besos, las caricias, los olores, el ritmo. Todo estaba coordinado y funcionando a la perfección.
Recorrió todo mi cuerpo con su boca. Su lengua pasó por mis orejas, boca, cuello, clavículas, abdomen, caderas, llegó a mi pelvis y siguió de largo, la parte interna de mis muslos, mis pantorrillas y mis pies. Los besó, los lamió, se los devoró y yo no podía creer lo que estaba sintiendo.
Iba de regreso hacia mi cara, pero antes me mordió un poco las piernas, yo gemí, subió un poco más y me mordió los muslos, gemí un poco más fuerte…estaba sintiendo algo que me encantaba.
Llegó de nuevo a mi entrepierna y me saboreó toda. Yo acostada, extasiada, sin entender nada – sin querer hacerlo tampoco- sólo me dejaba hacer y me enfocaba en sentir. Siguió un buen rato, yo no paraba de jadear, de gemir y de expresar lo bien que la estaba pasando.
Así fuimos disfrutando de nuestros cuerpos.

La intensidad aumentaba cada minuto…y de la nada, pasamos de unas inofensivas mordidas a cachetadas y ahorcamientos. Él me sujetaba con fuerza y me movía a su disposición. Nunca había estado así de expuesta, de dócil, de manejable.
Me tomó de la cara, fuerte, me puso de rodillas frente a él y me ordenó que le diera sexo oral. Yo abrí la boca, metió sus dedos, los llené de saliva con mucha determinación y sentí como su miembro se contraía constantemente.
Lo chupé, lo besé, lo olí, lo viví totalmente enfocada en el momento y en lo que sucedía. Me apretó muchas veces. Me hizo sentir sus manos en mis costillas, en mi cuello, en mis senos, en mis nalgas…no hubo lugar de mi cuerpo que no sintiera sus ganas y su deseo de poseerme como un objeto.
Me golpeó, me manipuló a su disposición y yo sólo podía expresar placer. No había nada más en mí, no había nada que me impidiera vivir el momento, no pensaba en nada, no me importaba nada, no quería nada más que eso que estaba sucediendo.
La noche fue larga. Estuvimos compartiendo placer durante horas y también música, memes y comentarios de esos que sólo la complicidad te permite tener.
Todo terminó en cansancio y risas que demostraban que para ambos había sido una experiencia distinta o que por lo menos había sido una buena experiencia. Por mi parte, me descubrí en una nueva forma y entendí cosas de mí que desconocía hasta ese momento.
Esa noche me había cambiado y no había nada que pudiera hacer al respecto. Se había generado en mí algo que ni siquiera podía nombrar.
Pudimos repetirlo en un par de ocasiones, pero como la vida es una mierda y los finales felices no existen, poco a poco nuestra relación se fue desgastando y nos aburrimos de la situación.
Sim embargo, para mí, ya no hubo vuelta atrás.