Conocí a David en una fiesta con mis amigos del colegio, era el mejor amigo de un compañero, nos gustamos mucho y nos hicimos cercanos muy rápido. Luego de unas semanas hablando por mensajes, me pidió que fuéramos novios. Obvio dije que sí.
Me acompañaba todos los días a casa, me regalaba cartas y me hacía sentir muy especial.
Luego de algunos meses juntos, decidí que quería tener intimidad con él. Yo nunca había estado con nadie y sentía curiosidad. Así fue como una tarde luego de clases, en su casa, pasó por primera vez. La experiencia fue rara, como todas las primeras veces, pero poco a poco nos conocíamos más y aprendimos a conectar también ese aspecto.
Luego de tres meses de esa primera vez comenzaron a pasarme cosas. Todo el tiempo estaba cansada, siempre tenía sueño y mis senos me dolían. Me sentí así varios días, hasta que me di cuenta de que mi menstruación estaba retrasada.
Yo tenía 17 años y mi educación sexual había sido casi nula. En el colegio se habían limitado a contarme sobre las pastillas anticonceptivas y los condones y sinceramente cuando me dijeron que con el sexo sin protección la mujer puede quedar embarazada, lo entendí tan mal que creía que sólo con un beso podía embarazarme.
En mi casa, la cosa era peor. El tema era totalmente tabú y ni mi madre ni mi padre estaban conscientes de lo que implicaba una educación sexual oportuna durante mi crecimiento.
Como sentía que no tenía a quién acudir. Hice lo que toda niña haría, hablar con una amiga.
Ella me acompañó a la farmacia por una prueba de embarazo que salió negativa. Yo seguía sintiéndome mal y sabía que algo no andaba bien. Fui por la segunda y dio positivo. Lo siguiente fue hacerme una prueba de sangre, que también fue positiva. Allí muerta de miedo, decidí ir al médico y con un eco determinaron que tenía un mes de embarazo.
David decía que sería «el mejor padre del mundo», él quería tenerlo y como ambos venimos de familias con pocos ingresos hablaba de buscar dos trabajos para que al bebé no le faltara nada.
En este punto, yo no quería continuar el embarazo. Decidí abortar porque estaba muy joven y no me sentía preparada para tener un bebé. Tenía mucho miedo, la verdad, pero era mi cuerpo. Yo decidía y nadie más podía hacer eso por mí. Tenía una vida que continuar y tener un hijo a tan corta edad no sonaba como una buena idea.
David me dejó, me llamó asesina y no se involucró de ninguna forma desde que le hablé de mi decisión.
Finalmente lo hablé con mis padres. Mi mamá apoyó mi decisión, pero tenía miedo de que algo malo pasara porque el aborto en mi país es ilegal, entonces el procedimiento sería de forma clandestina. Mi papá se molestó mucho y fue en ese momento cuando me habló de forma explícita sobre el sexo, las infecciones de transmisión sexual y los cuidados.
Lamentablemente esa charla llegó muy tarde.
El aborto fue más complicado de lo que temía. El proceso consistió en introducir pastillas en mi vagina. Un total de 10. El primer día fueron dos justo antes de dormir. Y el segundo y tercer día 4 pastillas respectivamente.
Todo fue muy doloroso. Todo el tiempo me dolía el vientre, tenía calambres, dolor estomacal, debilidad, sangraba mucho con un olor fétido…hasta que finalmente en una ida al baño saqué un coágulo muy grande.
La situación no mejoró después de eso. Nunca dejé de sentirme débil y el siguiente paso era hacerme otra ecografía transvaginal para asegurarnos de que no hubiera restos dentro de mí. Eso no pasó, no había expulsado todo.
Tenía que someterme a otra intervención, un curetaje uterino. Fui a otro centro médico y decir que había sufrido un aborto espontáneo. Allí me anestesiaron por completo y me limpiaron por dentro. Luego de eso pasé varios días con dolores al caminar y muy sensible. Me hice un tercer eco y ya estaba libre de cualquier rastro.
Todo fue muy doloroso física y emocionalmente. Por suerte conté con el apoyo de mi familia y de mis amigos. Mis papás seguían molestos, pero nunca me dejaron sola y me acompañaron en todo momento.
Pasó mucho tiempo para que volviera a tener relaciones sexuales, a veces lloraba sin razón aparente y los libros de autoayuda fueron mis mejores amigos durante bastante tiempo.
Tengo 25 años y desde ese momento no he vuelto a tener relaciones sin protección. Creo que así como yo, muchas niñas, niños y adolescentes desconocen las consecuencias de tener sexo y los métodos para cuidarse. Es muy importante que todos puedan recibir una orientación confiable para que puedan tener una vida sexual feliz y sana .
*Este texto fue escrito con base en una entrevista a una mujer venezolana.